La IA como acelerador humano

Publicado en Bloc de NotasOpinión y conversación2025-10-02Autor: ravmn

El surgimiento de nuevas tecnologías o cambios a las existentes siempre va acompañado de reticencia. En el mundo de la IA generativa, ChatGPT se presentó como una disrupción que muchos miramos con incredulidad, no obstante, esta tecnología ha madurado a pasos agigantados y se ha tornado una herramienta de uso masivo a través de nuevos actores como Gemini y nuevos modelos integrados a sistemas ya instaurados. Hoy en día la IA nos permite buscar información mediante consultas en lenguaje natural e incluso crear imágenes que rivalizan con artistas.

Esta herramienta sembró el temor de reemplazar a personas en diversos puestos de trabajo. En los últimos años hemos visto como la tecnología (principalmente robótica) ha sido utilizada en reducción de costos y automatización de procesos. Este temor a dejar de ser útil afecta principalmente en cadenas productivas y en el contexto de la relevancia del trabajo en nuestra sociedad. Y las empresas... nos vendieron la IA con la promesa de cambiarlo todo. Pero al igual que con otras tecnologias, con el tiempo se encontró que esa aseveración era inexacta, y la IA se ha integrado a nuestras vidas generando oportunidades inesperadas. Ahora contamos con un asistente muy confiable y, por sobre todo, una inyección de energía para realizar nuestros proyectos, un acelerador humano.

Quienes trabajamos en tecnología no debemos reducir la inteligencia artifical solo a algoritmos o modelos. La inteligencia humana es primordial para definir el cómo la usamos y de qué manera la integramos en nuestro diario vivir. Por eso, cualquier aplicación seria de IA debe sostenerse en cinco pilares éticos que aseguren un uso responsable:

  • Imparcialidad: mitigar sesgos para garantizar trato equitativo a todos los grupos.
  • Solidez: resistir anomalías y ataques (envenenamiento, evasión) sin causar daño.
  • Explicabilidad: que personas no técnicas entiendan cómo y por qué se llegó a un resultado.
  • Transparencia: documentar datos, decisiones de diseño, entrenamiento, evaluación y despliegue.
  • Privacidad: técnicas como anonimización, privacidad diferencial y minimización de datos.

Y todo esto con la finalidad de expandir su uso racional y seguro. Grandes ejemplos de su efecto positivo son: prototipos/borradores, sistemas de detección de fraude y anomalías, generación de documentación, priorización de casos y resúmenes de informes que pueden ir desde educación a justicia y salud con toda la sensibilidad de la data asociada.

El riesgo de la dependencia

La IA, como toda herramienta poderosa, plantea un dilema: ¿nos hace más capaces o más dependientes? En educación este punto es crítico. Si entregamos a los estudiantes un asistente que resuelve ecuaciones, redacta ensayos o traduce textos, ¿estamos realmente formando personas en esas competencias o solo entrenándoles para operar un sistema?

La comparación más clara es la calculadora. Una persona sin bases matemáticas la usa como un operador pasivo: introduce números y obtiene un resultado que no puede cuestionar. En cambio, un matemático aprovecha la misma calculadora para validar hipótesis, acelerar cálculos complejos y explorar nuevas ideas. La diferencia no está en la herramienta, sino en la preparación previa.

Con la IA ocurre lo mismo. Si no generamos competencias en habilidades fundamentales como el pensamiento crítico, escritura, razonamiento lógico y la investigación, lo único que lograremos es una generación de "operadores de prompts". Esa dependencia no solo atrofia capacidades básicas, también limita la creatividad y la autonomía intelectual.

La verdadera oportunidad está en usar la IA como un acelerador del aprendizaje, no como un sustituto. Esto implica enseñar a los estudiantes a cuestionar las respuestas de la máquina, a contrastarlas con otras fuentes, a detectar errores y sesgos. Solo así la IA se convierte en una extensión de nuestras capacidades, y no en un vehículo en el que no podemos elegir el destino y las paradas intermedias.

¿Automatización o aceleración?

La automatización industrial reemplazó tareas repetitivas y predecibles a gran escala, una revolución que mejoró la productividad de muchas empresas. Esta idea de productividad, sin embargo no es el área de operación de la IA contemporánea, ya que es un sistema que no "aprieta pernos", sino que acelera tareas cognitivas y creativas. No desplaza el criterio humano, lo potencia y amplifica su alcance.

Este impacto se puede ver en diferentes sectores y actividades, destacando por ejemplo:

  • Educación: genera material didáctico (bancos de preguntas, guías, rúbricas) y adapta contenidos al nivel del estudiante. El profesor no desaparece, gana tiempo para acompañar, evaluar y personalizar su enseñanza.
  • Salud: resume historias clínicas extensas, destaca alertas y facilita la transmisión de información entre equipos. El diagnóstico sigue siendo del profesional, la IA actúa como un facilitador de información.
  • Trabajo creativo: propone prototipos y borradores (textos, guiones, bocetos, moodboards) que el autor refina con visión y estilo propio.
  • Programación: crea MVP a partir de una descripción y ayuda a revisar errores, pruebas y documentación. El informático es quien decide la arquitectura y vela por la experiencia usuaria y el cumplimiento de medidas de seguridad y calidad.

Como podemos ver, el mayor impacto de la IA está en acelerar tareas rutinarias o de gran carga cognitiva, devolviéndonos tiempo. Tiempo para pensar con calma, para ser más creativos, para escuchar mejor a otros o incluso para compartir con la familia. Si la usamos bien, la IA no nos quita espacio, nos lo regala.

Y la diferencia es crucial, la automatización planteada en un inicio busca eliminar la intervención humana en tareas mecánicas, mientras que la aceleración amplifica capacidades donde la intuición, la ética y el contexto siguen siendo insustituibles. Entonces cabe preguntarse, ¿cómo usamos la IA para hacer más y hacerlo mejor? Y así se abren nuevos espacios de creación y colaboración.

La IA como compañero

En este proceso, la IA no solo se presenta como herramienta de trabajo. Así como nos devuelve tiempo, también puede ofrecer compañía. El riesgo es confundir ese espacio con un vínculo humano real. Cada vez más personas la usan como compañero, confidente o guía, casi como un amigo personal o un confesionario digital. Un chatbot puede responder de inmediato, escuchar sin juzgar y ofrecer sugerencias. Incluso hay quienes experimentan con IA como apoyo en salud mental, redacción de diarios personales o simulación de conversaciones para practicar habilidades sociales.

Este nuevo rol plantea preguntas profundas: ¿hasta qué punto es sano depender emocionalmente de una máquina? ¿Qué pasa con la privacidad de lo que confesamos? ¿Puede un modelo entender de verdad lo que sentimos, o solo imitar empatía? Si no enseñamos a usarlo con criterio, podríamos confundir compañía con conexión humana o incluso con un terapeuta.

Usada con cuidado, la IA puede ser un refuerzo. Crea un espacio virtual para ordenar ideas, ventilar emociones y explorar perspectivas antes de tomar decisiones. Pero nunca debe sustituir el acompañamiento humano, la intimidad ni la terapia profesional. Ahí se debe definir el límite y también la oportunidad.

Mirada final

De la misma forma que Internet pasó de ser un producto al que nos conectábamos a transformarse en un tejido invisible de nuestra vida diaria, será interesante observar cómo la IA se compenetra en nuestro quehacer cotidiano y en la educación de las próximas generaciones. Pero para que ese futuro sea provechoso, no basta con adoptar herramientas, necesitamos formar personas con la capacidad de cuestionar. Más que una herramienta aislada, la IA apunta a convertirse en una infraestructura cultural y tecnológica sobre la cual construiremos aprendizajes y nuevas formas de creación, siempre que sepamos mantener el control y la responsabilidad humana en el centro de la discusión.

La IA se perfila como pilar de una nueva infraestructura cultural y tecnológica de la que no podremos escapar. Ahora el foco está en definir cómo la integramos. Usada como sustituto, podría limitar y atrofiar nuestras capacidades. Usada como acelerador humano, en cambio, abre puertas a nuevas formas de aprender, crear y colaborar. De esa elección dependerá si la IA se convierte en una verdadera palanca de progreso humano.